viernes, 14 de agosto de 2015

Impresentables

            Un sonido apocalíptico detenía la más común de las rutinas. En plena hora de cenar, llegué a pensar que nuestra nevera podría haber sucumbido a la leve inclinación con la que resiste en nuestra cocina. Tal estruendo me invitaba a augurar una catástrofe similar. Hasta la puerta de nuestro cuarto se había abierto con fuerza debido a la brusquedad de aquel ruido. Nos dirigimos a comprobar cuál era el motivo. Una compañera de piso con su pareja, dios y ellos sabrán cómo, habían volcado la mesa de la terraza en la que parecían celebrar una cena con aires románticos. El vino y la finura de los platos les delataban. Lo que no cuadraba en aquella escena era una mesa para unos cinco comensales violentamente torcida, del revés. Parecía el acto vandálico de un inexperto que no sabe cómo hacer el mal. Sí encajaba la insipidez de la vecina a la hora de contestar nuestra lógica preocupación. Un “estoy bien” tenue e incómodo era su respuesta, que no nos aclaraba nada de lo sucedido. Como prueba de asistencia, quiso dejarnos sus platos sucios, con cubiertos, copas y servilletas usadas en nuestra cocina, que es el espacio que conecta la casa con la terraza. Y es quien sufre cada día el paso de los vecinos holandeses, que adoran el aire libre para practicar aún más, si cabe, su condición de impresentables.