jueves, 27 de marzo de 2014

Mis peripecias futbolísticas en los Países Bajos

Cuál Oliver Atton viajaba a Europa para continuar con su progresión futbolística en un conjunto de su talla, decidí trasladarme a Holanda sin la menor esperanza de sentir atajar el cuero con mis raídos guantes de menospreciado cancerbero.

Así, cosas de la vida, aparecí por Utrecht para ser invitado a disputar un inimaginable encuentro con gente no menos dispar. Todos ellos procedentes de ajenos estados del viejo continente y con rasgos singulares, en lo futbolístico y en lo personal. Si bien, quizá, el más extravagante fuera yo, quien sabe. Prueba de ello es que ante mi (aún) pésimo pero in crescendo nivel de inglés, no sé qué tipo de confusión me entraba que al presentarme a alguno de los susodichos pronunciaba un inexplicable “thank you” en lugar de “hello”. Pero vayamos a lo importante.

Utrecht. 5 de la tarde. Un coqueto césped artificial decora el rectángulo de un terreno de juego radiante por un sol poco frecuente en esas tierras. El tamaño es de campo de fútbol sala, mas el suelo es totalmente resbaladizo. Sin embargo, este primer contraste me resultaba simpático. Menos amables eran las porterías, estrechas y de puro hierro inamovible capaces de causarte un mal irreparable. A la cita iban llegando los invitados con cuentagotas. Antes de ello me decidí, no sin temor, a orinar en un huerto cercano. Acerté a no ser descubierto por los habitantes de una sociedad destacadamente civilizada en comparación con nosotros, los sureños.

Fue después de mi acción tan maquiavélica para ellos como imprescindible para mí cuando empezaron a llegar ciertos sujetos que, para mi sorpresa, actuarían como jamás observé actuar a nadie. Todos con sus bicicletas llegaban sonrientes desde lejanos prados alcanzables a la vista gracias a la uniformidad de un bello y amplio jardín, solo posible gracias a sus condiciones climáticas. Desde allí llegaban e iban aparcando sus bicicletas. Poco a poco iban llegando más, y más. Lo que sería una habitual disputa de cinco contra cinco se convirtió en un partido casi digno de colegio público.

Finalmente nos congregábamos en el lugar mil holandeses, tres sureños y una turca. A nosotros se nos distinguía claramente. Uno, alopécico; otros dos, aspirantes. Nuestras despejadas frentes contrastaban con todos aquellos lacios y colgantes cabellos con efectos mojados y dejándose brillar al son de una plácida tarde. Pese a ello, sus fabulosos pelajes contrastaban con su calidad futbolística, como haremos ver más adelante.

Antes de comenzar a disputar tan extravagante encuentro, nos encontramos con una circunstancia de fácil resolución en nuestros barrios pero que, más al norte, para sorpresa propia, se resuelve con talante, diálogo, simpatía y una exquisita cortesía que favoreció a la cesión de ambas partes implicadas. Un grupo de niños se divertía en una de las porterías. Entre aquellos rojizos rostros coronados por filamentos de color platino, como acostumbra el norte a parir sus habitantes, figuraba un contraste maravilloso. Un niño de orígenes africanos convivía con toda esta chiquillería de clase media – alta, a juzgar por las condiciones de su entorno más próximo. Y es que este campo rodeado de maleza bien cuidada se encontraba envuelto por casas con patios, huertos y decenas de metros al aire libre. Los infantes, pese a su condición minoritaria en lo que a edad se refiere, se resistían a abandonar su portería. Y con esto, no hubo malos gestos, advertencias ni amagos de espanto. Tan solo diálogo, trato, risas y cesión por ambas partes, como en la transición (¿!). Entre tanta educación, cada holandés que llegaba seguía saludándome con una sonrisa y presentándose. Yo, preso de mi analfabetismo en lenguas no maternas, seguía dedicando algún “thank you” a los recién comparecidos.

                En esas, comenzamos el partido. Sin contar cuántos componentes formaban cada equipo, me atrevería a hacer un cálculo aproximado de un 8 contra 9. Y muchos detalles extraños a destacar. Por ejemplo, entre los contrincantes se hallaba un simpático muchacho digno de tocar en Lory Meyers y de instagram color sepia. Vaqueros de pitillo y camiseta ajustadísima para disputar un desenfadado encuentro. Y físicamente, raquítico, tal y como acostumbran los miembros de su emergente tribu urbana. Uno de sus compañeros lucía otros vaqueros, estos más anchos y remangados, cual caza cangrejos natural de Majadahonda (o similar) en la costa de levante en época estival. Tampoco quería dejar de destacar a un simpático holandés con un gran parecido al actor Hugh Grant, que lucía la elástica del Fútbol Club Barcelona con el dorsal 9 a la espalda. Sin embargo, sobre el número, las letras habían decaído considerablemente, quien sabe si producto de la plancha, del desgaste o del arrepentimiento. Me explicaré: sobre el 9 debía leerse Alexis, que es quien defiende actualmente tal dorsal en el equipo. Sin embargo, pese a deducir que podía haber lucido en un principio el nombre del chileno, esto no quedaba lo suficientemente claro. No me atreví a preguntarle, pues decirle nuevamente “thank you” habría resultado chocante para él y esperpéntico para mi nivel de inglés. Por eso, decidí tirar de hemeroteca interna para recordar quiénes habían sido los anteriores nueves del Barça a la llegada del Jugadoraso. Eto’o, Ibrahimovic, Bojan. Después llegaría el niño maravilla. No quedaba duda, en esas desgastadas letras sólo encajaba el chileno. Pudo arrancarse los caracteres por vergüenza, por miedo a las amenazas o por error al planchar. Descarté la última opción.

                ¿Y en mi equipo? Los dos sureños. El calvo y el aspirante. Y un hombre curiosísimo que parecía, con su indumentaria, querer superar un casting para un documental de cómo se vivió el 23-F en Catarroja o en cualquier localidad del cinturón industrial valenciano. Pantalón de pana, cutre camisa a rayas y un pelo ligeramente descuidado, tanto en su peinado como en su engrasado. Y pese a la escasa o nula seriedad del partido, celebraba cada gol con fuerza y rabia. “Es que es insaciable, ambicioso, luchador”, diría nuestra prensa seria.

                Y poco más puedo decir. Bueno, que encajé dos goles y que me ofrecieron usar otros guantes. Los míos, unidos a mi antiguo chándal de Osasuna y a mi deplorable aspecto, en su conjunto, provocaban cierta caridad hacia ojos ajenos. Lo agradezco.

No hay comentarios:

Publicar un comentario