domingo, 1 de junio de 2014

Carabanchel

Sirva este texto para rendir homenaje a un barrio que de tan típico se convierte en singular. Su historia y sus gentes me ayudaron a quererlo casi como si fuera mío.


Metro de Madrid. La monotonía de la capital es entretenida para cualquier forastero ocasional. Yo soy uno más, aunque me dirijo al extrarradio. Costumbre no común entre los turistas. A algunos eventuales nos fascina la normalidad de un barrio cualquiera.

Boca del metro. Parada de Oporto. Dos señores, son semi indigentes. Lucen indumentaria de rockero nostálgico. Sus vidas han corrido, se les ve en sus rostros. Y en su ropa. Sus prendas destacan por su desgaste, algo que sociabiliza más aún al rockero dentro de su tribu, casi siempre. Por supuesto, apuran sendos cigarros y comparten litrona. Son las 12 del medio día de un jueves.

Caminas recto y a los laterales de una gran avenida por cuyo centro transitan coches, taxis y autobuses urbanos, observas las paredes. Un día fuiste centro efusivo de la lucha obrera. Hoy, tus trabajadores parecen cambiar los mensajes de reivindicación por anodinas firmas de efímeras tribus urbanas. Del “Presos libertad” acompañado de un símbolo anarquista al “Latinos” decorado con alas angélicas en los extremos. Han pasado unos 30 años. Quién te vio y quién te vuelve a ver.

En un campo de fútbol, hogar del suburbano club Puerta Bonita, paredes de apenas dos metros cubren el terreno. Sobre ellas, carteles de conciertos ya celebrados, y alguna que otra de las pintadas ya descritas. Más allá, más metido en el corazón del barrio, otro estadio, el conocido como La Mina, acoge los partidos del Club Deportivo Carabanchel. Uno recuerda Copas de Europa ganadas en los 90 con este equipo en el PC Fútbol, con una repetitiva y no menos extenuante música que sonaba en esas largas tardes de vicio. Su escudo antiguo, ahora lamentablemente modernizado, resultaba simpático de tan mugriento que era. Descubro que en dos años este club cumplirá su centenario. Averiguo también que es el tercer equipo histórico de Madrid, en antigüedad. Te empiezo a querer más.



A pesar de los tan inoportunos como insulsos mensajes que reflejan tus paredes, tú, barrio, siempre estuviste ligado a la humildad. Tus comercios te delatan. Persianas metálicas bajadas, terrazas de bares casi a pie de carretera, negocios locales mantenidos con un empeño baladí y la incondicional simpatía, disponibilidad y acogida de sus regentes, siempre cercanos a cualquier visitante. Eso, te enriquece. Como también te ennoblece saber vivir con poco, permanecer exento de artificiales lujos al alcance de una minoría que finge ser feliz por su exclusividad y que suele zambullirse en el hartazgo de sus ocios perversos. Esa minoría que vive más de aparentar que de ser y que se avergüenza de tu mala fama creada por ella misma. No puedes envidiar nada de ninguna otra zona. Tú supiste acoger a tantas famélicas familias que abandonaban la extenuada vida rural para sumarse a la emergente industrialización. Tú diste una identidad común a todas esas gentes de dispares procedencias, que supieron crecer forjando un compañerismo que sólo tu cielo y tus farolas de desgastada potencia pudieron contemplar. Tus gentes se dejaron el alma para ser felices con pocas horas de recreo y demasiadas de carga laboral. Sus jefes se enriquecieron a costa de tus vecinos. Luego les otorgaron la mala fama a través de sus altavoces mediáticos: periódicos y tertulias. Esa fue la moneda de cambio.

Décadas adelante, sólo tú supiste convertir en héroes a quienes cayeron en aquel tan oscuro ambiente de la drogadicción. Lo que en otros barrios supuso una expulsión inmediata para paliar el bochorno, tú te enfrentaste a ello con decidida lucha y animadversión. La prensa creó peligrosos Lutes. Tú los convertiste en insignes y cercanos Pirris, posteriormente caídos, víctimas de una senda diaria que les llevó al abismo. En otros barrios fueron simplemente expulsados. La erradicación frente a la ocultación. El enfrentamiento frente a la pasividad. El orgullo de la realidad frente a la coacción por la apariencia, casi siempre mentirosa y casi nunca creíble.

Siempre presente en la tragedia, detalles extraordinarios hacen que tu historia sea tan curiosa como triste. Fuiste escenario para los primeros difusores del fascismo español. Como también fuiste testimonio del primer muerto oficial de la guerra civil. Acogiste en tu legendario penal a la sociedad más excluida. Unos, eran malos. Otros, fueron convertidos en tal. Prevaricación de un régimen déspota que no siempre logró su fin, pues dejó vivos a unos cuantos que a posteriori pudieron ejercer como testigos de tal tiranía. Incluso serviste de contexto espacial en conocidas canciones que te utilizaron para describir una injusta realidad social, siempre vivida con alegría y resignación entre quienes la padecían.

Tú, solo tú logras todo eso. Y por eso, entre la acogida de tus vecinos humildes y entre el gran ejemplo de quienes se conforman con poco, tú enamoras a cualquier pasajero que se admira ante la simpleza de comprobar que es rico quien menos necesita y quien mejor encaja su condición, sin afanes materialistas de ascensos tan imposibles como postizos.

Carabanchel.

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