El fútbol es uno de los reflejos sociales más
recurrentes que tenemos. Hablamos de reflejo de la sociedad porque en el
fútbol, como en la vida, nos encontramos con personajes variopintos que
destacan por su extravagancia, por su rudeza, por su finura, ineptitud,
liderazgo, codicia, pasotismo… Cuando
disponemos de una lista interminable de atributos, es mejor frenar para no
aburrir. Podemos identificar a Balotelli con la extravagancia; a Piqué con el
pasotismo; a Iniesta con la finura; a Portillo con la ineptitud; a Raúl con el
liderazgo… Y en la vida ajena al fútbol conocemos personas, cercanas o no, que
también pueden encajar perfectamente en estos adjetivos. Por poner ejemplos,
¿es Pablo Iglesias un líder? Para unos es tal, para otros es la reencarnación personificada
de los antecedentes de 1936, para otros, simplemente, es dios con coleta. Lo
mismo ocurría con Raúl: los líderes se convierten en tal porque tienen la
capacidad de dividir violentamente al país.
Sin embargo, el personaje que hoy ocupa mi tiempo
de estudio perdido para hablar de él, no es alguien que pueda encajar decididamente
en uno de estos calificativos. Con apenas medio siglo de vida, pertenece a esa
serie de hombres atractivos en su madurez, auxiliados por trajes costosos, gesto
facial sugestivo, desparpajo oral irónicamente carente de sentido a la par que
cautivador y un pelo que otros, con la mitad de años que él, nos empeñamos en
dejar escapar.
Estamos hablando José Miguel González Martín del
Campo, que (corregidme si me equivoco) abanderó la transformación de un nombre
común como Miguel en un cercano y embaucador mote que más tarde adoptarían los
Salgado, Herrero, Macedo, Madera o aquella fantástica pareja Míchel I y Míchel
II que militó en el Rayo Vallecano de nuestra infancia, tan determinada por el
fútbol mediante cromos, PC fútbol y pilotes llepant el pal (Paquito Navidad
dixit). Partit oferit per: Bancaixa.
Míchel es al fútbol lo que es en nuestra vida
cotidiana esa persona de gesto indiferente que logra sin esfuerzo lo que el
resto no alcanzamos casi nunca. Capaz de obtener éxitos académicos y laborales
sin aparente sacrificio, habitual usuario de la técnica comeorejas para encandilar mujeres seductoras y con una vida extra
laboral de lo más apasionante (deportista, viajero, músico). En su trabajo son
más frecuentes las calamidades que los aciertos, pero su espectacular habilidad
para tergiversar convierte sus disparates en atractivas inexactitudes. Y eso,
le hace ascender en su puesto, mientras tú, con una dedicación extraordinaria y
un esfuerzo titánico, recibes críticas o simples asentimientos sin trascendencia
alguna. Todos estos ascensos respaldados en simples cagadas los alcanza bajo su aparente sencillez, algo que
provoca más ira, si cabe.
Este paralelismo puede comprobarse mediante
datos reales, los cuales mostraremos a continuación para exponer cuán
disparatada e ilógica es su trayectoria como entrenador, sustentada por un
pasado prestigioso cuando vistió de corto en el Real Madrid.
Temporada 96-97. El bueno de Míchel cuelga las
botas en México. El Atlético Zelaya le permitió dar sus últimos trotes como
futbolista en una liga irrelevante, a la que personajes de la talla de
Butragueño, Manjarín o nuestro protagonista decidieron ir para apurar sus
reservas físicas. La trayectoria laboral de los futbolistas, intensa, rentable
pero también abreviada, les obliga en ocasiones a meter la cabeza en
ocupaciones relacionadas con el balompié: prensa, banquillos, representación,
instituciones deportivas, publicidad. En este aspecto, Míchel no tuvo rival.
Avispado y fugaz, se adentró en los medios de comunicación, donde nos
mostró su elocuencia verbal que tan lejos le llevaría. En TVE sus comentarios
jamás pasaron desapercibidos. Junto al tan legendario como soporífero José
Ángel de la Casa, protagonizó enunciados como “El Valencia no puede marcar, hay
un Toldo bajo la portería” o “Gatusso está gatusseando”. Si bien es cierto que
estos comentarios los recuerdo personalmente, muchos otros están disponibles
para lectores en diversos sitios web. No son fiables, pues Internet es fuente
de sabiduría a la par que de falseamiento, pero tratándose de quien se trata,
estos comentarios tienen un plus de fiabilidad. Apostaría por la veracidad de los mismos.
Su etapa en MARCA destacó por su gran crítica a Clemente en una de las muchas contraportadas que firmó, donde puso de
manifiesto su evidente enemistad con el rubio de Barakaldo, celebridad que
tampoco tiene desperdicio alguno.
Sólo él, Dios y quien sea más friki que un
servidor conocerá otros medios de comunicación por los que Míchel pudo dejar su
sello periodístico. De momento, viajaremos hasta 2005, año en el que se estrenó
en las incómodas banquetas sitas en las bandas de aquellos frondosos y espesos
campos de la Segunda B española. Un histórico en horas bajas daba la
oportunidad a un personaje tan inexperto en la materia como popular entre la
prensa de devolver al club a la división de plata. Era el Rayo Vallecano,
histórico en España, aquella temporada se veía las caras con rivales como el
Pájara Playas Jandía, la Sociedad Deportiva Negreira o la Unión Deportiva San
Sebastián de los Reyes.
Evidentemente, fracasó. De no ser así,
posiblemente estas líneas no existirían y un servidor estaría haciendo algo más
útil. Pero menos divertido. Cuatro temporadas estuvo el Rayo en Segunda B.
Nuestro querido Míchel ocupó el banquillo en la segunda de ellas. Casualmente,
fue la única de las cuatro en las que el conjunto del valle no disputó la
eliminatoria de ascenso a Segunda A. Y por aquellos distritos, los aficionados
coinciden en apuntar que en aquella temporada el Rayo dispuso de la mejor
plantilla de todas las que hizo uso en la tercera categoría. Los Coke, hoy en
el Sevilla; Antonio Amaya, hoy en el propio Rayo; Miguel Albiol, que había
cosechado tímida experiencia en Primera con el Valencia; Geni y Armentano,
delanteros con experiencia en Oviedo y Osasuna, respectivamente; el entonces
emergente y posteriormente frustrado Collantes; el defensor Diego Mainz; o el
eterno capitán rayista, también llamado Míchel, aunque este último quizá algo
más apreciado por Vallecas que su homónimo, formaban parte del primer equipo.
Esta plantilla no le valió para verse superado
en liga regular por la Universidad Las Palmas, Pontevedra Club de Fútbol, Unión
Deportiva Las Palmas y Unión Deportiva Vecindario. El fútbol canario asentaba
las bases para consolidar un futuro en el deporte rey (?) y Míchel sufría su
primer traspiés, aunque no le pasaría dolorosa factura, como veremos más
adelante. Para decir todo y que no se nos escape nada, aunque esto sea a favor
del técnico, añadiremos que aquella plantilla estaba plagada de inexpertos:
Coke apenas era mayor de edad; Antonio Amaya aún no ha aprendido a jugar al
fútbol, por lo que hace casi diez años nos ayuda a deducir que prometía poco;
los padres de Geni siguen sin saber que su hijo fue futbolista; y Tiburón
Armentano se disputó el puesto de delantero en Osasuna con grandes de la
infancia balompédica como Iván Rosado. Aun así, esta plantilla en 2ªB resultaba
apetecible para cualquier entrenador novato con hambre de éxito. Pese al evidente
fracaso, Míchel, nuestro Míchel, ascendió poco después de categoría: el club de
sus amores le llamaba para hacerse cargo del filial. La segunda división le
esperaba. Los asientos de los banquillos serían más cómodos. Los focos, más numerosos. Su fracaso, idéntico.
Una temporada después del despropósito, Míchel
ascendía de categoría. Al fin y al cabo, pese a su primer resbalón, un total de
doce temporadas en el club de Chamartín eran un buen motivo para brindarle otra
oportunidad. Esta vez, no podía fallar. Pero lo volvería a hacer. Con una
plantilla más que aceptable, Míchel prefirió no perder los buenos hábitos y
cumplió con sus costumbres como técnico con jugadores como Codina, hoy portero
suplente del Getafe, en primera; Sergio Sánchez, en el Málaga tras su paso
destacado por Espanyol y Sevilla; Adrián González, fruto de su secreción; el
malogrado De la Red; y los Granero, Negredo, Borja Valero, Mata, Javi García,
Kiko Casilla, Alberto Bueno, Miguel Torres, Dani Parejo o los hermanos Callejón.
De estos últimos cualquier tipo de información al respecto es baladí. Casi
todos consolidados en primera y unos cuantos de ellos, en la élite.
Bien es cierto que Míchel pasó de visitar campos
como el Álvarez Claro de Melilla, el O Couto de Ourense o el Virgen del Val de
Alcalá de Henares (qué recuerdos) a recibir insultos homófobos en Zorrilla, Carranza,
Condomina, Belmonte, Heliodoro, Pajaritos, Molinón, Rosaleda, Rico Pérez,
Helmántico, Mendizorroza o Martínez Valero. Tampoco faltamos a la verdad si
apuntamos que pese a la gran variedad y riqueza de jugadores de los que
disponía, su señor hijo, Miguel Torres, Casilla y Borja Valero, este último con
una alopecia entonces previsible y hoy bien consolidada, superaban
recientemente la mayoría de edad. Otros aún no alcanzaban los 18, como Bueno,
Parejo, los hermanos Callejón o Juanín Mata. Pese a no superar la edad mínima
para adquirir tabaco en los bares, el hijo de puta del Zapatero les dejaba
abortar sin permiso paterno (?).
Hasta aquí, todo correcto. Las excusas de Míchel
y de sus fans pueden ser, discutiblemente, aceptadas, si ponemos paños
calientes y nos amparamos en que un entrenador novel trataba con un vestuario
dotado de imberbes, repletos de ilusión y ambición pero con una experiencia que
les condenaría a un descenso previsible, si tenemos en cuenta estos factores
derivados de la más prematura juventud. Lo inexplicable, es que tras su segundo
fracaso en los banquillos, volvería a ascender de categoría.
Y he ahí la sorpresa. ¿Cuántos entrenadores
ascienden dos veces consecutivas de categoría tras sendos fracasos? Míchel fue
uno de ellos, si es que hubo algún otro más. Fue en abril de 2009 cuando el
Getafe se veía a las puertas del descenso tras una temporada irregular con
Víctor Muñoz en el banquillo del Coliseo. Para más incomodidad, los azulones
venían de una temporada anterior en la que habían alcanzado los cuartos de
final de la Copa de la UEFA, eliminados en aquella histórica ronda contra el
Bayern de Múnich con gol de Luca Toni en las postrimerías; y de perder una
final de Copa del Rey contra el Valencia de Koeman. El Getafe había pasado de
ser el equipo de moda en España a temer por caer en el olvido de la segunda
división de un año para otro, como ocurre con tantos equipos. La
solución para evitar la debacle, fue nuestro Míchel. Y sí. Obró el milagro,
todo sea dicho. Tras sendos fracasos en Vallecas y Valdebebas, Míchel tenía una
tercera oportunidad para darse a conocer, esta vez en Primera División.
Restaban sólo cinco partidos para salvar la categoría. Y tras un primer
tropiezo en Mallorca (2-1), sacó dos victorias y dos empates, es decir, ocho
puntos de un total de quince posibles, ganando en casa contra Osasuna y Numancia
y arañando dos puntos en Riazor y el Sardinero, que le valdrían la permanencia. Le
valió, no sin olvidar la diosa fortuna que le quiso acompañar, por más que nos
quiera vender la moto. Se salvó con 42 puntos, los mismos que descendieron al
Real Betis, que entró en descenso por primera vez en toda la temporada en la
última jornada, cuando empató en casa contra el Real Valladolid. Así y todo,
Míchel alcanzó su primera hazaña como entrenador: la permanencia del Getafe,
objetivo para el cual fue contratado. Si las otras veces fracasó y ascendió,
esta vez las encuestas le situaban sustituyendo a Ferguson en el United.
Extrañamente, tan solo le renovaron. Se hizo un hueco en el banquillo del
Alfonso Pérez para la siguiente temporada.
Era la 2009 – 2010. Míchel tenía la oportunidad
de confeccionar una plantilla a su gusto en la máxima categoría y mostrar sus
virtudes en el Coliseo. Y le fue bien. Tanto, que cosechó su más elevado logro
hasta la fecha: la mejor clasificación de la historia del Getafe en Primera
División. Es la gran gesta de su currículum. Si bien, en este artículo, no
pretendemos favorecerle. Todo lo contrario. Por ello, encontraremos motivos
suficientes para restarle mérito. En aquella temporada recordada por el
Alcorconazo, el Getafe contaba con futbolistas aceptables. Codina, Miguel
Torres, Cata Díaz, Derek Boateng, Celestini, Casquero, Pedro León, Del Moral,
Soldado, Kepa, Cortés, Gavilán, Parejo, Contra, Miku, Albín. No era una
plantilla excesivamente competitiva a primera vista, y más si tenemos en cuenta
que entre ellos volvía a figurar nuevamente el descendiente de nuestro
protagonista. Pero hemos de valorar que el mismo club, con plantillas menos
confeccionadas y entrenadores menos enchufados, había logrado en años
anteriores dos finales de copa, la heroica participación en la Copa de la UEFA
anteriormente nombrada y, por supuesto, la permanencia en primera durante cinco
temporadas seguidas, incluyendo la última de Míchel. Quedar sexto en liga era
un excelente final, mas no el mayor éxito de los azulones hasta la fecha.
Pero nuestro protagonista y su elocuencia verbal
le harían convencer a la prensa de que así fue. Y permaneció en el banquillo
del Geta para firmar su última temporada con los azulones, mucho más discreta.
Eliminado en la fase de grupos de la UEFA, compitiendo contra Stuttgart, Young
Boys de Suiza y Odense, el club madrileño lograba otra permanencia milagrosa de
la mano de Míchel, quedando tan solo a un punto por encima del Depor, último
club en descender. Ángel Torres decidió prescindir de nuestro Míchel y dejar el
primer equipo en manos de otro excelente vendemotos:
Luis García Plaza.
Resumimos,
pues, la etapa de Míchel en el Getafe:
· Primera temporada: obtiene una permanencia milagrosa.
Pero obtenida, al fin y al cabo.
· Segunda temporada: excelente clasificación liguera
con pasaporte a Europa y semifinales de Copa del Rey.
· Tercera temporada:
sufrimiento por la permanencia hasta la última jornada, ridículo en Europa y sólo
capaz de superar en Copa al Portugalete.
Dos esperpentos y una etapa aceptable, con luces y sombras. Míchel no
necesitaba más currículum para acceder a un grande. En el Pizjuán le esperaban
con los brazos abiertos tras un inicio desastroso del Sevilla en manos de
Marcelino García Toral. Nuestro amigo era el elegido para cambiar el rumbo del
club de Paquirrín (?) e incluso la “prensa”
antimadridista bendecía su llegada a Nervión*. De nuevo, Míchel contaba con
ingredientes perfectos para sumar otro fracaso en su currículum: Ascenso
inmerecido, plantilla competitiva, afición exigente y más prensa tras sus
pasos. En sus filas contaba, entre otros, con Fazio, Escudé, Medel, Rakitic,
Navas, Negredo, Kanouté o Reyes. No le valieron para acabar la temporada en
puestos europeos, viéndose novenos en la clasificación, superados por clubes
como Levante, Osasuna o Mallorca. Al fin y al cabo, Míchel había logrado otra
permanencia (?) y, obviamente, renovó contrato. Poco le duró. No duró un año
natural en la capital hispalense, pues en enero de 2013 era destituido tras
seis victorias, cuatro empates y nueve derrotas. Su legado lo recogía Emery y
al Sevilla las cosas le fueron un poco mejor.
*
Tras esta convulsa etapa en la que nuestro
técnico no las tuvo todas consigo, pudo demostrar, de nuevo, su excelente
elocuencia verbal delante de los micrófonos. Ante la obvia obligación de tener
que responder a incómodas cuestiones, Míchel tiró de repertorio para defenderse
con claridad, elegancia y consecuencia (?).
Así, en una entrevista en MARCA con Enrique Ortego, nuestro amigo tuvo semejantes testículos que fue capaz de regalarnos
estas declaraciones que bien valieron un titular: “Hago progresar mucho más a los jugadores que a
los equipos”.
Su enorme habilidad para convertir su fracaso en
algo pasajero y cotidiano quedó patente en esta entrevista, donde su labia hace
llegar a pensar que incluso pudo hacer un buen trabajo en el Pizjuán. En la
primera respuesta, preguntado por si vio los partidos que su ex equipo había
disputado tras la destitución, quiso dejar claro su perfeccionismo y su
profesionalidad. “Yo lo veo todo”, respondió.
Su modestia quedó evidenciada cuando su
entrevistador le preguntó por los llantos en el vestuario el día de su
despedida, pese a no especificar si esas lágrimas derivaban del entusiasmo o
del pesar. Nos inclinamos por la primera opción, pero en cualquier caso, Míchel
respondió con elegancia decorosa, asumiendo cierta responsabilidad: “Así fue,
mi destitución afectó a todos los que trabajábamos juntos. Pero no es una
noticia positiva que sucediera esto que me dice. Mejor hubiera sido ganar y que
no se hubiera dado ese emotivo momento”.
Tras dos pinceladas con intención de mostrar
competencia, Míchel comenzó a sacar su repertorio favorito: el de las
respuestas carentes de sentido:
· “Los jugadores dan lo que pueden. A veces por la
relación que llegan a tener con su entrenador sufren un bloqueo y les salen
peor las cosas de cómo las pueden hacer. Quieren lo mejor para ellos pero si a
ellos les va bien también salpica al entrenador”. O sea. Un futbolista se lleva
bien con su entrenador. Entonces se bloquea. Le salen mal las cosas. Y así nos
ha ido. “No sé lo que me pasa, nos llevamos bien pero estoy bloqueado”. Excelente
argumento, tan vacío como habitual para romper una relación sentimental. Míchel se
desenvuelve en todos los campos e incluso escoge sus respuestas de un ámbito
para trasladarlo y adaptarlo al otro. Todo un maestro.
· “He llegado a la conclusión de que hago
progresar mucho más a los jugadores que cojo que a los equipos. Rakitic, Medel,
Navas, Kondogbia, incluso Reyes… que bajó ocho kilos y se aplicó a la táctica,
son mejores ahora que cuando yo llegué. Ese es el diagnóstico más cercano que
hago”. Míchel puede optar al título de ser el primer entrenador de la historia
que mejora su plantilla pero no los resultados. Sin embargo, mi respuesta
favorita es la siguiente:
· “Es un club muy grande, pero hasta los clubes
grandes pasan por momentos en los que a lo mejor es más aconsejable tomar
impulso desde abajo que desde el medio. A veces desde el suelo te impulsas
mejor. Si hay algo que no funciona, lo mejor es reciclarse y volver a empezar.
Volver a empezar no es malo”. Con esto, querido Míchel, no dijiste
absolutamente nada. Si bien la explicación se alargó: “No nos teníamos que
haber puesto un objetivo tan alto. Y yo soy el primero que lo pude hacer. Mi
objetivo era clasificarme para Europa. Pero la presión estaba ahí y salpica a
todos”. Efectivamente, con esa plantilla, Míchel debió ser más cauto y marcarse
la permanencia a largo plazo. Casi seguro que la habría logrado sobre la
bocina. Y habría hecho éxito de la mediocridad.
Tampoco podían faltar sus aderezos de sencillez
y su afán por normalizar un desastre como el suyo:
· “Nadie me culpó directamente de la situación del
equipo, pero te echan. Es nuestra vida. Sólo cuentan los resultados. Es algo
que sabes cuando llegas y tienes presente, pero que te echen sólo por los
resultados, sin mirar nada más…”
· “Soy un entrenador de club, que se adapta a lo
que le dan. No llego con mi armamento, lo despliego y cuando acaba todo lo
recojo y me voy (…) Nadie podrá decir que no he tenido el máximo compromiso”. No recogió y se fue, no. Simplemente desplegó su armamento de sabiduría y duró once meses. Lo que tardaron en echarle.
· “El problema es que sólo se quieren resultados
inmediatos. No se espera ni al 30 de junio”. Efectivamente, hicieron bien en no
esperar. Emery les llevó a la Europa League para ganarla en la temporada
siguiente.
Y la demagogia, por supuesto, presente:
· “A mis jugadores que no me los toquen. El
Sevilla tiene una plantilla buena para el objetivo final, pero no para marcarse
un objetivo inmediato. Este equipo necesita su cocción. Hubo partidos que
jugamos con una media de edad menor que algunos filiales de segunda. El
objetivo final era Europa, pero en junio, no en septiembre”. Fue destituido en
enero, no en setiembre. Y con las estadísticas ya mencionadas.
· “Yo no tengo el desarrollo de Guardiola, que ha
ganado 14 títulos. Para mi desgracia yo no he caído en el mejor equipo del
mundo desde el primer momento”. No, desde luego. Él cayó en un Segunda B y
Guardiola en un Tercera. El primero no lo llevó al play-off de ascenso y el
segundo, directamente, lo ascendió. En Can Barça aún suspiran por lo que pudo
ser y no fue: Aquel Barça de Guardiola, entrenado por Míchel. Quizá el pleno de
títulos del primer año no lo habría logrado, pero con ayuda de la
tergiversación habría hecho parecer que sí. No jodamos.
· “Benítez no comenzó en el Chelsea, ni siendo
campeón de Europa con el Liverpool, él también tuvo su rodaje”. Pues nada. Toca seguir con el rodaje. Ahora sólo le falta ganar dos ligas y una champions con equipos no punteros en Europa. Great.
Míchel se confundió y se metió presión a sí mismo, al compararse con Benítez, tras
haber culpado dicho clima de presión de su “no tan mala” etapa en Sevilla. Una contradicción al alcance
tan sólo de los genios de su talla. Con tantas referencias a sus declaraciones,
nos olvidamos de la principal hipótesis de este texto. ¿Cómo un señor que
fracasa en todos los clubes que entrena, logra ascender de categoría
cada vez que le brindan una nueva oportunidad? Después de su esperpento en el
Pizjuán, Olympiakos no tardó ni un mes en llamarle. Míchel se incorporaba a la
liga griega en la jornada 23 y se proclamaba campeón apenas un mes después. El
Olympiakos ganaba su decimoquinta liga de las últimas dieciocho. Not bad. Leonardo
Jardim, hoy en el Mónaco, técnico al que sustituía, le había dejado al
Olympiakos líder en su liga. Míchel remató una faena digna del más elevado de
los elogios.
No merece la pena seguir con este tormento. Sólo
quiero volver a los inicios para que entendáis la metáfora. ¿Recordáis a ese
compañero de trabajo autor de más calamidades que de aciertos, pero con
espectacular habilidad para tergiversar y convertir sus disparates en
atractivas inexactitudes? Y eso, le hace ascender en su puesto, mientras tú,
con una dedicación extraordinaria y un esfuerzo titánico, recibes críticas o
simples asentimientos sin trascendencia alguna. Todos estos ascensos los
alcanza bajo su aparente sencillez, algo que provoca más ira, si cabe.
Salvo Valverde, que también entrenó al
Olympiakos con un currículum incomparable al de Míchel, nos encontramos con
esta lista de técnicos que han tenido la oportunidad de competir en la liga
helena. Si Míchel llegó al mejor equipo griego con un currículum de mierda,
aquí tenemos a sus colegas frustrados:
Ángel Pedraza: En el Iraklis y con currículum
modesto.
Fabri: Llegó al Panathinaikos tras dos ascensos
consecutivos con el Granada, de Segunda B a Primera.
Javi Gracia: Llegó al Olympiakos Volou y
posteriormente al Kerkyra tras un ascenso de Segunda B a Segunda con el Cádiz.
Lorenzo Serra Ferrer: En el AEK Atenas entre 2006 y 2008
tras una Copa del Rey con el Betis.
Lucas Alcaraz: Llegó al Aris de Salónica tras
dos ascensos (Recre y Murcia).
Manolo Jiménez: Llegó al AEK de Atenas tras un
ascenso de Tercera a Segunda B y otro de Segunda B a Segunda con el filial del
Sevilla.
Óscar Fernández: Llegó al Asteras Trípolis tras un
currículum modesto en las categorías inferiores valencianas.
Quique Hernández: Entrenó al Aris de Salónica y
al Levadiakos tras otra trayectoria también modesta.
Víctor Muñoz: En el Panathinaikos tras una Copa
del Rey y una Supercopa de España con el Zaragoza.
Equipos modestos para entrenadores con
currículums modestos. Como viene siendo habitual en el fútbol y en todas las
facetas de la vida laboral. Pero Míchel es de otra pasta. Sus calamidades en
los banquillos son premiadas con ascensos. Y algunos esbozamos cierta sonrisa
pícara al imaginar que nuestro amigo no tardará mucho en entrenar al Real
Madrid. Si llega a hacerlo, desde luego, será sin éxito previo. Siempre fiel a
su costumbre. Y es que, si Urdaci y Sopena pudieron vivir del periodismo, si
Coyote Dax y Enrique Iglesias pueden vivir de la música y si tantos
innombrables pueden vivir de la política: ¿por qué Míchel no puede ejercer ese
papel en el fútbol? Envidia, pura envidia es lo que le tienen. "Me lo merezco", diría él.
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